martes, 11 de septiembre de 2012

Santiago Gamboa: una historia de vaqueros, 2

Por lo general estos temas los comento a viva voz entre amigos, pero esta vez no aguanto más que sigan vendiendo estas patrañas refritas y maniqueas; mentiras edulcoradas para el desabrido menú periodístico europeo. No hay crítica, sólo un besamanos al presidente, un juego inmoral con el poder, por parte de Santiago Gamboa, que va por el mundo como un Carlos Fuentes colombiano (poco ilustrado, por cierto), con tanto de alzacuello de cura. Ya no es fácil seguir leyendo más tonterías... La guerrilla en Colombia me lleva cinco años de edad. Y lo peor es el tercero en conflicto no citado que actúa como árbitro y juez en un proceso en el que también se ha manchado la mano con la ilegalidad.
El proceso de pacificación colombiano es equiparable a procesos en donde la impunidad gobierna, como por ejemplo la guerra civil española, buena parte de la era Pinochet o el conflicto de los desaparecidos en Argentina. Los últimos cincuenta años en Colombia han estado marcados por una guerra fratricida de colombianos contra colombianos y allí han metido mano todos todas las facciones implicadas en el conflicto. Por eso los árbitros deberían venir de fuera del país, al menos una buena mayoría, porque lo más turbio del problema es que nunca se sabe muy bien quién es quién, mientras los años pasan impunemente y los manifestantes marchan y protestan, llaman a la paz, se sienten en culpa y no saben muy bien de dónde viene la mano negra de la violencia.
Se ha hablado de paramilitares, autodefensas, guerrilla, narcotraficantes… pero nunca se ha podido hablar a las claras de los excesos e impunidad con que han actuado los organismos estatales con licencia, no ya para matar, sino para actuar en silencio y total arbitrariedad. En el plano administrativo de justicia ha habido incontables víctimas de atropellos y de la lentitud de la justicia. Es suficiente recordar el arma de doble filo de los jueces sin rostro, o el CTI, órgano de la Fiscalía General de la Nación que muchas veces ha servido a la oficialidad institucional para propósitos políticos y para pisotear los derechos humanos, con la ayuda de los medios de comunicación para limpiar cualquier sospecha. El caso Hasbún (Alberto Jubiz Hasbun) un ciudadano inocente detenido y hecho prisionero durante cuatro años entre 1989 y 1993, bajo la falsa acusación del asesinato de Luis Carlos Galán (cuatro años después de su detención, salió tan deteriorado de la cárcel que murió cuando esperaba ser indemnizado por el Estado en 1998), es más que elocuente.
Tal vez por eso habría que hablar de los delitos cometidos y no de intencionalidades: sólo a partir de un inventario parsimonioso se pueden separar los hechos de las manipulaciones políticas e ideológicas. No olvidemos que Colombia es una realidad piramidal al estilo de la India, donde los pachás y los intocables no se reconocen como individuos de una misma humanidad. Por ejemplo, ¿Dónde, o bajo qué etiqueta o expediente podrían ubicarse los asesinatos a sindicalistas de las últimas décadas, el aniquilamiento de los políticos del diezmado partido comunista? Se necesita más de un árbitro extranjero al estilo del juez español Baltasar Garzón.
Escribir así en Europa, con la irresponsabilidad y el pretendido candor de Santiago Gamboa, es perder una oportunidad para hablar en serio... sobre todo en un momento en el que no se sabe muy bien cómo un país con un presidente tan a la derecha como Santos, pretende vender la idea de querer entrar dentro del eje chavista... precisamente en un momento en el que algunos de los negocios más grandes de Latinoamérica se están negociando en suelo colombiano, como preludio a la gran burbuja inmobiliaria y financiera  que ahora se está desplazando de la Europa en bancarrota al Tercer Mundo. Huela a podrido desde lejos... y mucho.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Santiago Gamboa: una historia de vaqueros, 1



Santiago Gamboa nos cuenta una historia de vaqueros, a propósito de los diálogos de paz en Colombia, en la edición dominical de El País del 9 de septiembre de 2012. Da grima que emplee la misma retórica bilateral reduciendo el esquema a dos facciones: los buenos (nosotros) y los malos (ellos, los guerrilleros), aunque no quede muy claro quién es ese «nosotros», sobre todo en un proceso tan complejo como el de Colombia que cumple ya casi medio siglo: «En efecto, es violento darse la mano y dialogar con quien ha martirizado y herido de muerte a los nuestros, es violento hacerle concesiones a ese otro y reconocerlo como igual. Es muy violento, pero debe hacerse. […]. Se debe hacer y en Colombia debemos arriesgar y hacerlo de nuevo, así otras veces haya salido mal y hoy no todos estén dispuestos».

En un «proceso de paz» tan desgastado y enrarecido como el colombiano en que todas las facciones han participado de la violencia enmascarada y del dinero de incierta (pero reconocida proveniencia), es inmoral seguir hablando así de esta historia tiznada de hipocresía. Nosotros y ellos, es sólo un rótulo para sordos y ciegos de realidad que se niegan a abrir los ojos.
Qué pereza que sean estos los especialistas colombianos en la prensa española...