
Sin más preámbulos, creo que es el momento de traer a cuento la palabra fractura y el complemento circunstancial de complejo de inferioridad: entre el público intelectualoide y la cultura popular colombiana, hispanoamericana, europea, mundial. No pretendo que el público tenga que soportar discursos que le resulten ofensivos sin más, sin al menos una protesta, pero creo que por el tipo de público cabría esperar una retirada silenciosa, no el insulto o el oprobio de ese público hacia este cantor venido a más.
Para ilustrar mejor el asunto del barrio de la modernidad, cito dos viejos aunque recientes incidentes del mismo género. El primero de ellos en mil novecientos ochenta y tantos, lugar: Estocolmo. Motivo: Premio Nobel de Literatura; premiado del año: Gabriel García Márquez. Recuerdo aún el escándalo y la indignación de buena parte de la inteligentsia y el frac emocional colombiano cuando el compositor se presentó en guayabera ante el rey sueco y no en el riguroso «esmóquin» y llevando como acompañantes a un grupo musical del Caribe afrocolombiano. «¡Qué horror!» recuerdo que muchos decían, «creerá el mundo entero de que aquí –el contexto geográfico era Bogotá D.C.– somos solamente una partida de negros»...
El segundo incidente en relación al campeón nacional colombiano del boxeo, Kid Pambelé, exitoso pugilista colombiano de los años setenta, hoy pensionado en el tortuoso paraíso de las drogas derivadas de la planta de coca y de los menjurjes alcohólicos de la caña de azúcar destilada. ¿La indignación? El pugilista sufrió el oprobio durante no sé cuál campeonato internacional como consecuencia de haber utilizado una pantaloneta de boxeo fabricada con los colores de la bandera patria colombiana, «por haber ultrajado la insignia nacional». Sin adentrarme en más reflexiones, quiero tan sólo ilustrar una indigestión aún vigente en la provincia de la porción de Occidente que el destino me concedió como sede de la oficina principal de pasaportes, para describir el ambiente climático de lo que he bautizado con el epíeteto de barrio de la modernidad, pues me afianza en la idea del descrédito del conceptejo ese de globalización, tolerancia, democracia, cultura, etcétera. Porque que la modernidad es un barrio de gente acomodada, muy bien custodiada por vigilantes de seguridad privada, buenos mastines cebados con carne fresca. Y claro, se trata de un barrio cuyas afueras están plagada de gente que quiere blanquear sus maneras e imitar, sin antiparras, lo que venga desde arriba o desde el centro.
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