viernes, 14 de mayo de 2010

La modernidad es un barrio

Barcelona, Kosmópolis, «Fiesta Internacional de la Literatura», 11-15 de diciembre de 2002, CCCB (aunque la fecha no importa): Venidos de Guatemala, Canadá, Brasil, Argentina, Australia, Naciones Balcánicas, Oriente jeroglífico y más, numerosos folcloristas, escritores, poetas, lectores y más, contribuyeron entusiastas a cinco días de un espectáculo literario de variedades bibliófilas y culturales. Todo un supermercado al alcande de la desinformación. Sin explayarme en reflexiones poco flexibles para desarrollar en la corta distancia, me remito de súbito al evento de clausura. El invitado, Rafael Escalona, leyenda del folclor vallenato quien, en vez de cantar o dar paso al trío caribeño sin más, se explayó en referir numerosas anécdotas privadas de su trato con Gabo en un discurso autobiográfico musical en el que escaseaban las canciones y cuyo texto estaba plagado de la elocuencia de una Colombia popular educada aún con las palabras de una derecha palmaria, con la rigidez recalcitrante y reaccionaria de los años cincuenta colombianos. Abucheado, insultado, execrado sin algún tipo de civismo primario como consecuencia de su discurso altisonante y patriotero, logró sobreponerse al desafuero del letrado público y terminar su acto, dando la voz cantante al trío musical que lo acompañó como intérprete de sus temas tradicionales. Sin embargo el problema de este desencuentro entre público y abucheado no es el blanco de mi diatriba, sino el tipo de público que, herido de indignación, salió despotricando y clamando ya por la cabeza del cantante. En su mayoría se trató de un público colombiano y catalán medianamente letrado y convencido de la idea de Occidente, gente venida desde el barrio de la modernidad que sabe utilizar la habilidad de fingir un pensamiento crítico desde la intolerancia y el enojo.

Sin más preámbulos, creo que es el momento de traer a cuento la palabra fractura y el complemento circunstancial de complejo de inferioridad: entre el público intelectualoide y la cultura popular colombiana, hispanoamericana, europea, mundial. No pretendo que el público tenga que soportar discursos que le resulten ofensivos sin más, sin al menos una protesta, pero creo que por el tipo de público cabría esperar una retirada silenciosa, no el insulto o el oprobio de ese público hacia este cantor venido a más.

Para ilustrar mejor el asunto del barrio de la modernidad, cito dos viejos aunque recientes incidentes del mismo género. El primero de ellos en mil novecientos ochenta y tantos, lugar: Estocolmo. Motivo: Premio Nobel de Literatura; premiado del año: Gabriel García Márquez. Recuerdo aún el escándalo y la indignación de buena parte de la inteligentsia y el frac emocional colombiano cuando el compositor se presentó en guayabera ante el rey sueco y no en el riguroso «esmóquin» y llevando como acompañantes a un grupo musical del Caribe afrocolombiano. «¡Qué horror!» recuerdo que muchos decían, «creerá el mundo entero de que aquí –el contexto geográfico era Bogotá D.C.– somos solamente una partida de negros»...

El segundo incidente en relación al campeón nacional colombiano del boxeo, Kid Pambelé, exitoso pugilista colombiano de los años setenta, hoy pensionado en el tortuoso paraíso de las drogas derivadas de la planta de coca y de los menjurjes alcohólicos de la caña de azúcar destilada. ¿La indignación? El pugilista sufrió el oprobio durante no sé cuál campeonato internacional como consecuencia de haber utilizado una pantaloneta de boxeo fabricada con los colores de la bandera patria colombiana, «por haber ultrajado la insignia nacional». Sin adentrarme en más reflexiones, quiero tan sólo ilustrar una indigestión aún vigente en la provincia de la porción de Occidente que el destino me concedió como sede de la oficina principal de pasaportes, para describir el ambiente climático de lo que he bautizado con el epíeteto de barrio de la modernidad, pues me afianza en la idea del descrédito del conceptejo ese de globalización, tolerancia, democracia, cultura, etcétera. Porque que la modernidad es un barrio de gente acomodada, muy bien custodiada por vigilantes de seguridad privada, buenos mastines cebados con carne fresca. Y claro, se trata de un barrio cuyas afueras están plagada de gente que quiere blanquear sus maneras e imitar, sin antiparras, lo que venga desde arriba o desde el centro.

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